jueves, 10 de enero de 2019

La dignidad del paciente es la dignidad del profesional ( JUAN GÉRVAS)

Carlos Martorell

La defensa del paciente como persona y no como elemento o instrumento, sobre el que o con el que actuar, es objeto de atención de este comentario en el que el autor pone en igualdad dignidad del paciente y dignidad del profesional

El paciente como ser humano autónomo

La dignidad del paciente se explica por su valor como ser racional que tiene libertad para escoger entre alternativas vitales.

Ciertamente, la libertad del paciente se ve recortada en mucho pues el enfermar implica justo la limitación y el desvalimiento. Por ello es más importante que nunca que el ser humano doliente sea tratado con dignidad; es decir, sea respetado en la toma de decisiones y en el ejercicio de su libertad.


La autonomía es un valor ético, un principio básico de la bioética, pero limitado por el de justicia, especialmente en su aspecto de equidad. Por ello la dignidad del paciente es exigible con mayor intensidad cuanto más frágil sea el paciente, puesto que su autonomía se debilita y el profesional debería suplir este fallo a que lleva inevitablemente la enfermedad.

La equidad tiene un componente vertical, en el sentido de dar más a quien más precisa. La equidad tiene también un componente horizontal, en el sentido de dar igual a quienes tienen la misma necesidad. En ese sentido, la dignidad en el trato al paciente conlleva el respeto a la autonomía del paciente, pero con oferta proporcional de servicios según sea la necesidad del enfermo.


El paciente como miembro de una cultura


La cualidad de digno del ser humano autónomo se interpreta de forma distinta según culturas. Por ejemplo, no es lo mismo el valor del anciano en la cultura gitana que en la cultura urbana actual de los payos. El médico, y en general el profesional sanitario, debería conocer a fondo la cultura de la sociedad en que trabaja para responder a los profundos valores implícitos en la misma. Por eso es peligroso el trabajo de “paracaidista” de los que van a trabajar a otros mundos. “Flores de otro mundo” es el título de la película de Icíar Bollaín sobre las emigrantes que vienen a España y se encuentran inmersas en una cultura que les cuesta comprender, y en donde las comprenden mal.

Por supuesto, el valor y la importancia del ser humano tienen un mínimo común denominador que exige su respeto en todo lugar, situación y cultura. Pero conviene adecuar el mínimo al máximo común denominador según la cultura. Por ejemplo, la dignidad en el trato a la paciente paquistaní con problemas ginecológicos exige un respeto que puede llevar a organizar el servicio de forma que siempre sea atendida por una ginecólogo mujer.

La dignidad del paciente es un derecho inviolable que le corresponde por el hecho de ser humano, pero es más exigible por su situación de enfermo según los patrones culturales que hay que conocer. Por ejemplo, ayuda a respetar la dignidad del paciente el ofrecer atención en su propio idioma. Si se tiene en cuenta que el objetivo del sistema sanitario es ofrecer cálida calidad prestando servicios según necesidad, sería fácil promover la atención en distintos idiomas e incentivar a los profesionales para que lo logren. Por ejemplo, es absurdo contar con una colonia importante de chinos y que nadie sepa decir ni hola en mandarín. En otro ejemplo, es un insulto que se atienda a gitanas embarazadas pretendiendo aplicar los criterios y valores de los mismos profesionales sanitarios, payos de clase media/alta. Ejercer de médico exige ciencia pero también humanidad y dignidad en el trato, y no puede existir dignidad sin conocimiento profundo de la cultura del paciente.



El paciente en su clase social


El debate sobre lo que sea clase social continúa tan enconado como siempre, y bien se demuestra en torno al pensamiento de Marx y Weber, profundamente modificado por los teóricos actuales. Pero más allá del debate, los seres humanos vivimos en sociedad y la pertenencia a clanes y familias significa el acceso a bienes de muy distinto valor. Es decir, el humano no cumple aquello de “a cada cual según necesidad; de cada cual según capacidad”. De hecho, por ejemplo, el joven de mayor capacidad entre los pobres apenas logrará el triunfo de los más torpes entre los ricos. Es decir, la pertenencia a grupos de mayor riqueza facilita el desarrollo personal hasta límites increíbles e injustos.

La dignidad del paciente exige tratar de forma desigual a los que son de desigual clase social, por más que tengan la misma necesidad. Así, no se puede emplear el mismo tiempo en atender la bronquitis de una anciana viuda, pobre y analfabeta que la misma bronquitis en una anciana jubilada de funcionaria pública, con una pensión suficiente y una educación universitaria (obviamente, la primera precisa más tiempo). La dignidad en el trato exige un respeto exquisito y sutil, nunca explícito ni ofensivo por exagerado, que adapte la prestación de cuidados a la clase social del paciente.La existencia de un sistema sanitario de cobertura universal pretende disminuir el impacto de la clase social entre los pacientes. Por ello, en un sistema sanitario de cobertura universal con pequeños o nulos copagos en el punto de servicio se esperaría que los servicios se prestasen según necesidad. Lamentablemente, la teoría no se cumple, sino al contrario, se cumple siempre la Ley de Cuidados Inversos, de Hart, que dice que “Los servicios sanitarios se prestan según el inverso de la necesidad, y esto se cumple más cuanto mayor sea la orientación a lo privado del sistema sanitario”.

Todos los pacientes merecen el máximo respeto, pero la dignidad de la atención exige que ese respeto tenga en cuenta los determinantes sociales en su conjunto, y especialmente la clase social del paciente.
El paciente en la clínica

Los médicos terminan endurecidos ante el sufrimiento, el dolor y la muerte. En parte es necesario, pues no se puede trabajar en carne viva constante. La formación médica logra eso, un cierto control del impacto del enfermar en el humano que lo atiende. Por ejemplo, es típica la repulsión del lego ante la sangre que brota de una herida mientras que para el profesional el problema es cómo controlar la hemorragia, y conocer la causa de la misma.

La cuestión se complica cuando el médico llega a trabajar con la frialdad de un robot, cuando el dolor y el sufrimiento son parte de un paisaje que no impresiona, y cuando la dignidad del paciente ni se considera. Buen ejemplo al respecto es la indignidad de muchas batas con las que se cubre la desnudez del paciente ingresado en el hospital, o para la realización de pruebas radiológicas varias. Es esa bata abierta por atrás que deja al descubierto las nalgas y la espalda, que avergüenza al paciente hasta extremos profundos y conmovedores y que, sin embargo, ni llama la atención de médicos, enfermeras, técnicos y auxiliares. En otro ejemplo, es la consulta en que se exploran sentimiento ocultos y difícilmente expresables sobre sexualidad, y en cuya entrevista hay residentes y/o estudiantes, sin contar con el permiso explícito del paciente, y sin siquiera ofrecer el “escape” de decirle al paciente si se siente cómodo o prefiere que la consulta continúe a solas, sin residentes ni estudiantes. Ejemplo extremo de indignidad clínica es el “aprendizaje” en vivo y en directo del tacto vaginal y/o rectal, sin casi contar con la autorización explícita de los pacientes.
En síntesis


No hay dignidad de los profesionales si no hay dignidad de los pacientes.


Se puede ofrecer una atención de aparente calidad obviando todo aspecto de humanidad, pero la verdadera calidad médica es la que combina ciencia y conciencia, la que respeta la dignidad del paciente y al tiempo ofrece servicios según necesidad.

La indignidad de transformar al paciente en “cosa” llevó y lleva a la pérdida de una medicina de rostro humano. Los médicos que respetan la dignidad de los pacientes están respetándose a sí mismos.
Fuente: JUAN GÉRVAS 2015

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